La Novena de Aguinaldos es una costumbre católica arraigada en Colombia, Venezuela y Ecuador, que está relacionada con la
festividad de Navidad y análoga a las Posadas que se celebran en México y Centroamérica.
Se trata de una oración rezada durante nueve días (novena) en la época previa a la Navidad
(época de aguinaldos). Si
bien de origen católico, en muchos casos se ha convertido en un evento social.
Historia
La Madre María Ignacia, quien modificó el texto de
la novena a finales del siglo XIX.
La novena fue originalmente creada por Fray Fernando de Jesús Larrea, franciscano nacido en Quito en 1700 quien después de su ordenación
en1725 fue predicador en Ecuador y
Colombia. Fray Fernando la escribió por petición de la
fundadora del Colegio de La Enseñanza en Bogotá doña Clemencia de Jesús Caycedo Vélez y fue publicada originalmente en
1743. Muchos años después una
religiosa de La Enseñanza, la madre María Ignacia
(nacida Bertilda Samper Acosta) la modificó y agregó los gozos (canciones).
El rezo de la novena
En la novena de Aguinaldos se reza durante 9 días desde el 16 hasta
el 24 de diciembre, rememorando los meses previos al nacimiento de Jesús y terminando con su llegada
en el pesebre de Belén. A continuación se indica el
esquema de oraciones usando la versión tradicional de la madre María Ignacia.
Cada día se reza un
conjunto de oraciones que son:
Oración para Todos los Días
Este texto es original de Fray Fernando de Jesús
Larrea. Benignísimo Dios:
de infinita caridad, que tanto amasteis a los
hombres, que les disteis en vuestro Unigénito la mejor prenda de vuestro amor
para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen, naciese en un pesebre para
nuestra salud y remedio, yo en nombre de todos los mortales os doy infinitas
gracias por tan soberano beneficio; y en retorno os ofrezco la pobreza,
humildad y demás virtudes de vuestro hijo humanado; suplicándoos por sus
divinos méritos, por la incomodidad con que nació, y por las tiernas lágrimas
que derramó en el pesebre, que dispongáis nuestros corazones con humildad
profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno, para que
Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna, y more eternamente.
Amén.
Las consideraciones Diarias
Se lee la consideración del día respectivo de la
novena.
En el principio de los tiempos el Verbo reposaba en
el seno de su Padre en lo más alto de los cielos: allí era la causa, a la par
que el modelo de toda creación. En esas profundidades de una incalculable
eternidad permanecía el Niño de Belén. Allí es donde debemos datar la
genealogía del Eterno que no tiene antepasados, y contemplar la vida de
complacencia infinita que allí llevaba.
La vida del Verbo Eterno en el seno de su Padre era
una vida maravillosa y sin embargo, misterio sublime, busca otra morada en una
mansión creada. No era porque en su mansión eterna faltase algo a su infinita
felicidad sino porque su misericordia infinita anhelaba la redención y la
salvación del género humano, que sin Él no podría verificarse.
El pecado de Adán había ofendido a un Dios y esa
ofensa infinita no podría ser condonada sino por los méritos del mismo Dios. La
raza de Adán había desobedecido y merecido un castigo eterno; era pues,
necesario para salvarla y satisfacer su culpa que Dios, sin dejar el cielo,
tomase la forma del hombre sobre la tierra y con la obediencia a los designios
de su Padre, expiase aquella desobediencia, ingratitud y rebeldía.
Era necesario en las miras de su amor que tomase la
forma, las debilidades e ignorancia sistemática del hombre, que creciese para
darle crecimiento espiritual; que sufriese, para morir a sus pasiones y a su
orgullo y por eso el Verbo Eterno ardiendo en deseos de salvar al hombre
resolvió hacerse hombre también y así redimir al culpable.
El verbo eterno se halla a punto de tomar su
naturaleza creada en la santa casa de Nazaret, en donde moraban María y José.
Cuando la sombra del decreto divino vino a deslizarse sobre ella, María estaba
sola y engolfada en la oración. Pasaba las silenciosas horas de la noche en la
unión más estrecha con Dios; y mientras oraba, el Verbo tomó posesión de su
morada creada. Sin embargo, no llegó inopinadamente: antes de presentarse envió
a un mensajero, que fue Arcángel San Gabriel para pedir a María de parte de
Dios su consentimiento para la encarnación. El creador no quiso efectuar ese
gran misterio sin la aquiescencia de su criatura. Aquel momento fue muy
solemne: era potestativo en María rehusar... Con qué adorables delicias, con
qué inefable complacencia aguardaría la Santísima Trinidad a que María abriese
los labios y pronunciase el "sí" que debió ser suave melodía para sus
oídos, y con el cual se conformaba su profunda humildad a la omnipotente
voluntad divina. La Virgen Inmaculada ha dado su asentimiento. El arcángel ha
desaparecido. Dios se ha revestido de una naturaleza creada; la voluntad eterna
está cumplida y la creación completa. En las regiones del mundo angélico
estalla el júbilo inmenso, pero la Virgen María ni le oía ni le hubiese
prestado atención a él. Tenía inclinada la cabeza y su alma estaba sumida en el
silencio que se asemejaba al de Dios. El Verbo se había hecho carne, y aunque
todavía invisible para el mundo, habitaba ya entre los hombres que su inmenso
amor había venido a rescatar. No era ya sólo el Verbo eterno; era el Niño Jesús
revestido de la apariencia humana, y justificando ya el elogio que de Él han
hecho todas las generaciones en llamarle el más hermoso de los hijos de los
hombres.
Así había comenzado su vida encarnada el Niño.
Consideremos el alma gloriosa y el santo cuerpo que había tomado, adorándolos
profundamente. Admirando en el primer lugar el alma de ese divino Niño,
consideremos en ella la plenitud de su gracia santificadora; la de su ciencia
beatífica, por la cual desde el primer momento de su vida vio la divina esencia
más claramente que todos los ángeles y leyó lo pasado lo porvenir con todos sus
arcanos conocimientos. No supo nunca por adquisición voluntaria nada que no
supiese por infusión desde el primer momento de su ser; pero él adoptó todas
las enfermedades de nuestra naturaleza a que dignamente podía someterse, aún
cuando no fuesen necesarias para grande obra que debía cumplir. Pidámosle que
sus divinas facultades suplan la debilidad de las nuestras y les den nueva
energía; que su memoria nos enseñe a recordar sus beneficios, su entendimiento
a pensar en Él, su voluntad a no hacer sino lo que Él quiere y en servicio
suyo. Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su cuerpo. Que era un mundo de
maravillas, una obra maestra de la mano de Dios. No era, como el nuestro, una
traba para el alma: era por el contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso
que fuese pequeño y débil como el de todos los niños, y sujeto a todas las
incomodidades de la infancia, para asemejarse más a nosotros y participar de
nuestras humillaciones. El Espíritu Santo formó ese cuerpecillo divino con tal
delicadeza y tal capacidad de sentir, que pudiese sufrir hasta el exceso para
cumplir la grande obra de nuestra redención. La belleza de ese cuerpo del
divino Niño fue superior a cuanto se ha imaginado jamás; la divina sangre que
por sus venas empezó a circular desde el momento de la encarnación es la que
lava todas las manchas del mundo culpable. Pidámosle que lave las nuestras en
el sacramento de la penitencia, para que el día de su Navidad nos encuentre
purificados, perdonados y dispuestos a recibirle con amor y provecho
espiritual.
Desde el seno de su madre comenzó el Niño Jesús a
poner en práctica su entera sumisión a Dios, que continuó sin la menor
interrupción durante toda su vida. Adoraba a su Eterno Padre, le amaba, se
sometía a su voluntad; aceptaba con resignación el estado en que se hallaba
conociendo toda su debilidad, toda su humillación, todas sus incomodidades.
¿Quién de nosotros quisiera retroceder a un estado semejante con el pleno goce
de la razón y de la reflexión?, ¿quién pudiera sostener a sabiendas un martirio
tan prolongado, tan penoso de todas maneras? Por ahí entró el Divino Niño en su dolorosa y humilde
carrera; así empezó a anonadarse delante de su Padre, a enseñarnos lo que Dios
merece por parte de su criatura, a expiar nuestro orgullo, origen de todos
nuestros pecados y hacernos sentir toda la criminalidad y desórdenes del orgullo.
Deseamos hacer una verdadera oración; empecemos por
formarnos de ella una exacta idea contemplando al Niño en el seno de su madre.
El divino Niño ora y ora del modo más excelente. No habla, no medita ni se
deshace en tiernos afectos. Su mismo estado, aceptado con la intención de
honrar a Dios, es su oración y ese estado expresa altamente todo lo que Dios
merece y de qué modo quiere ser adorado de nosotros.
Unámonos a las oraciones del Niño Dios en el seno
de María; unámonos al profundo abatimiento y sea este el primer efecto de
nuestro sacrificio a Dios. Démonos a dios no para ser algo como lo pretende
continuamente nuestra vanidad sino para ser nada, para quedar enteramente
consumidos y anonadados, para renunciar a la estimación de nosotros mismos, a todo
cuidado de nuestra grandeza aunque sea espiritual, a todo movimiento de
vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios ojos y que Dios sólo sea todo
para nosotros.
Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en
el seno de su purísima Madre; veamos hoy la vida que llevaba también María
durante el mismo espacio de tiempo. Necesidad hoy de que nos detengamos en ella
si queremos comprender, en cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los
sublimes misterios de la encarnación y el modo como hemos de corresponder a
ellos.
María no cesaba de aspirar por el momento en que
gozaría de esa visión beatífica terrestre: la faz de Dios encarnado. Estaba a
punto de ver aquella faz humana que debía iluminar el cielo durante toda la
eternidad. Iba a leer el amor filial en aquellos mismos ojos cuyos rayos
deberían esparcir para siempre la felicidad en millones de elegidos. Iba a ver
aquel rostro todos los días, a todas horas, cada instante, durante muchos años.
Iba a verle en la ignorancia aparente de la infancia, en los encantos
particulares de la juventud y en la serenidad reflexiva de la edad madura...
Haría todo lo que quisiese de aquella faz divina; podría estrecharla contra la
suya con toda la libertad del amor materno; cubrir de besos los labios que
deberían pronunciar la sentencia a todos los hombres; contemplarla a su gusto
durante su sueño o despierto, hasta que la hubiese aprendido de memoria...
¿Cuán ardientemente deseaba ese día!
Tal era la vida de expectativa de María... era
inaudita en sí misma, más no por eso dejaba de ser el tipo magnífico de toda
vida cristiana, no nos contentemos con admirar a Jesús residiendo en María,
sino pensemos que en nosotros también reside por esencia, potencia y presencia.
Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de
nosotros, por las buenas obras que nos hace capaces de cumplir, y por nuestra
cooperación a la gracia; por la manera que el alma del que se halla en gracia
es un seno perpetuo de María, un Belén interior sin fin. Después de la comunión
Jesús habita en nosotros, durante algunos instantes, real y sustancialmente
como Dios y como hombre, porque el mismo niño que estaba en María está también
en el Santísimo Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una participación de la vida
de María durante esos maravillosos meses, y una expectativa llena de delicias
como la suya?
Jesús había sido concebido en Nazaret, domicilio de
San José y de María, y allí era de creerse que había de nacer, según todas las
probabilidades. Más Dios lo tenía dispuesto de otra manera y los profetas
habían anunciado que el Mesías nacería en Belén de Judá, ciudad de David. Para
que se cumpliese esa predicción, Dios se sirvió de un medio que no parecía
tener ninguna relación con este objeto, a saber: la orden dada por el emperador
Augusto de que todos los súbditos del imperio romano se empadronasen en el
lugar de donde eran originarios. María y José como descendientes que eran de
David, no estaban dispensados de ir a Belén, y ni la situación de la Virgen Santísima
ni la necesidad en que estaba José del trabajo diario que les aseguraba la
subsistencia, pudo eximirles de este largo y penoso viaje, la estación más
rigurosa e incómoda del año. No ignoraba Jesús en qué lugar debería nacer e
inspiraba a sus padres que se entreguen a la Providencia, y que de esta manera
concurran inconscientemente a la ejecución de sus designios. Almas interiores
observad este manejo del divino Niño, porque es el más importante de la vida
espiritual: aprended que quien se haya entregado a Dios ya no ha de
pertenecerse a sí mismo, ni ha de querer en cada instante sino lo que Dios
quiera para él; siguiéndole ciegamente aún en las cosas exteriores, tales como
el cambio de lugar donde quiera que le plazca conducirle. Ocasión tendréis de observar
esta dependencia y esta fidelidad inviolable en toda la vida de Jesucristo, y
este es el punto sobre el cual se han esmerado en imitarle los santos y las
almas verdaderamente interiores, renunciando absolutamente a su propia
voluntad.
Representémonos el viaje de María y José hacia
Belén, llevando consigo aún no nacido, al creador del universo, hecho hombre.
Contemplemos la humildad y la obediencia de ese Divino Niño, que aunque de raza
judía y habiendo amado durante siglos a su pueblo con una predilección
inexplicable obedece así a un príncipe extranjero que forma el censo de
población de su provincia, como si hubiese para él en esa circunstancia algo
que le halagase, y quisiera apresurarse a aprovechar la ocasión de hacerse
empadronar oficial y auténticamente como súbdito en el momento en que venía al
mundo.
El anhelo de José, la expectativa de María son
cosas que no puede expresar el lenguaje humano. El Padre Eterno se halla, si
nos es lícito emplear esta expresión, adorablemente impaciente por dar a su
hijo único al mundo y verle ocupar su puesto entre las criaturas visibles.
El Espíritu Santo arde en deseos de presentar a la
luz del día esa santa humanidad, que El mismo ha formado con divino esmero.
Llegan a Belén José y María buscando hospedaje en
los mesones, pero no encuentran, ya por hallarse todos ocupados, ya porque se
les deshace a causa de su pobreza. Empero, nada puede turbar la paz interior de
los que están fijos en Dios.
Si José experimentaba tristeza cuando era rechazado
de casa en casa, porque pensaba en María y en el Niño, sonreíase también con
santa tranquilidad cuando fijaba la mirada en su casta esposa. El ruido de cada
puerta que se cerraba ante ellos era una dulce melodía para sus oídos.
Eso era lo que había venido a buscar. El deseo de
esas humillaciones era lo que había contribuido a hacerle tomar la forma
humana. Oh! Divino Niño de Belén! Estos días que tantos han pasado en fiestas y
diversiones o descansando muellemente en cómodas y ricas mansiones, ha sido
para vuestros padres un día de fatiga y vejaciones de toda clase. ¡Ay! el
espíritu de Belén es el de un mundo que ha olvidado a Dios.
¡Cuántas veces no ha sido también el nuestro!
Pónese el sol el 24 de diciembre detrás de los tejados de Belén y sus últimos
rayos doran la cima de las rocas escarpadas que lo rodean. Hombres groseros,
codean rudamente al Señor en las calles de aquella aldea oriental y cierran sus
puertas al ver a a su Madre.
La bóveda de los cielos aparece purpurina por encima
de aquellas colinas frecuentadas por los pastores. Las estrellas van
apareciendo unas tras otras. Algunas horas más y aparecerá el Verbo Eterno.
La noche ha cerrado del todo en las campiñas de
Belén. Desechados por los hombres y viéndose sin abrigo, María y José han
salido de la inhospitalaria población, y se han refugiado en una gruta que se
encontraba al pie de la colina. Seguía a la Reina de los Ángeles el jumento que
le había servido de cabalgadura durante el viaje y en aquella cueva hallaron un
manso buey, dejado ahí probablemente por alguno de los caminantes que había ido
a buscar hospedaje en la ciudad.
El Divino Niño, desconocido por sus criaturas va a
tener que acudir a los irracionales para que calienten con su tibio aliento la
atmósfera helada de esa noche de invierno, y le manifiesten con esto su humilde
actitud, el respeto y la adoración que le había negado Belén. La rojiza
linterna que José tenía en la mano iluminaba tenuemente ese paupérrimo recinto,
ese pesebre lleno de paja que es figura profética de las maravillas del altar y
de la íntima y prodigiosa unión eucarística que Jesús ha de contraer con los
hombres.. María está en adoración en medio de la gruta, y así van pasando
silenciosamente las horas de esa noche llena de misterios. Pero ha llegado la
media noche y de repente vemos dentro de ese pesebre antes vacío, al Divino
Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil años con tan inefables
anhelos. A sus pies se postra su Santísima Madre en los transporte de una
adoración de la cual nada puede dar idea. José también se le acerca y le rinde
el homenaje con que inaugura su misterioso e imperturbable oficio de padre
putativo del redentor de los hombres.
La multitud de ángeles que descienden del cielo a
contemplar esa maravilla sin par, deja estallar su alegría y hace vibrar en los
aires las armonías de esa "Gloria in Excelsis", que es el eco de
adoración que se produce en torno al trono del Altísimo hecha perceptible por
un instante a los oídos de la pobre tierra. Convocados por ellos, vienen en
tropel los pastores de la comarca a adorar al "recién nacido" y a
prestarle sus humildes ofrendas.
Ya brilla en Oriente la misteriosa estrella de
Jacob; y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los Reyes
Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del Divino Niño
el oro, el incienso y la mirra, que son símbolos de la caridad, de la oración y
de la mortificación. Oh, adorable Niño! Nosotros también los que hemos hecho esta
novena para prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra
pobre adoración; no la rechacéis: venid a nuestras almas, venid a nuestros
corazones llenos de amor.
Encended en ellos la devoción a vuestra Santa
Infancia, no intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad sino
siempre y en todos los tiempos; devoción que fiel y celosamente propagada nos
conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando en nosotros todas
las virtudes cristianas.
Las otras Oraciones
Oración a la Santísima Virgen
Este texto es original de Fray Fernando de Jesús y
adaptado por la Madre María Ignacia. El original de Larrea se encuentra
en Wikisource. Se lee todos los días.
Soberana María, que por vuestras grandes virtudes y
especialmente por vuestra humildad, merecisteis que todo un Dios os escogiese
por madre suya, os suplico que vos misma preparéis y dispongáis mi alma, y la
de todos los que en este tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento
espiritual de vuestro adorado Hijo.
¡Oh dulcísima Madre! Comunicadme algo del profundo recogimiento
y divina ternura con la que le aguardasteis vos, para que nos hagáis menos
indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad.
Amén.
Oración a San José
Este texto es original de Fray Fernando de Jesús
Larrea. Se lee todos los días.
Oh, Santísimo José! Esposo de María y padre
putativo de Jesús. Infinitas gracias doy a Dios porque os escogió para tan
altos ministerios y os adornó con todos los dones proporcionados a tan
excelente grandeza. Os ruego, por el amor que tuvisteis al Divino Niño, me
abracéis en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras
en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.
Gozos
Se leen todos los días. La respuesta es, en muchas
ocasiones, cantada.
Coro
Dulce
Jesús Mío,
mi
niño adorado:
¡ven a
nuestras almas!
¡ven
no tardes tanto!
1
¡Oh
Sapiencia suma
del
Dios soberano,
que a
infantil alcance
te
rebajas sacro!
¡Oh
Divino Niño
ven
para enseñarnos
la
prudencia que hace
verdaderos
sabios!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
2
¡Oh,
Adonaí potente
que a
Moisés hablando,
de
Israel al pueblo
disteis
los mandatos!
¡Ah,
ven prontamente
para
rescatarnos,
y que
un niño débil
muestre
fuerte brazo!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
3
¡Oh
raíz sagrada
de Jesé que en lo alto
presentas
al orbe
tu
fragante nardo!
¡Dulcísimo
Niño
que
has sido llamado
“Lirio
de los Valles,
Bella
flor del campo”!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
4
¡Llave
de David
que
abre al desterrado
las
cerradas puertas
de
regio palacio!
¡Sácanos,
oh Niño,
con tu
blanca mano
de la
cárcel triste
que
labró el pecado!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
5
¡Oh
lumbre de Oriente,
sol de
eternos rayos,
que
entre las tinieblas
tu
esplendor veamos!
¡Niño
tan precioso,
dicha
del cristiano,
luzca
la sonrisa
de tus
dulces labios!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
6
¡Espejo
sin mancha
santo
de los santos,
sin
igual imagen del
Dios
soberano!
¡Borra
nuestras culpas,
salva
al desterrado
y en
forma de niño,
da al
mísero amparo!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
7
¡Rey
de las naciones,
Emmanuel
preclaro.
de
Israel anhelo,
pastor
de rebaño!
¡Niño
que apacientas
con
suave cayado
ya la
oveja arisca
ya el
cordero manso!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
8
¡Ábranse
los cielos
y
llueva de lo alto
bienhechor
rocío
como
riego santo!
¡Ven
hermoso Niño!
¡Ven
Dios humanado!
¡Luce,
hermosa estrella,
brota,
flor del campo!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
9
Ven
que ya María
previene
sus brazos
do su
Niño vean
en
tiempo cercano!
¡Ven
que ya José
con
anhelo sacro
se
dispone a hacerse
de tu
amor sagrario!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
10
¡Del
débil auxilio,
del
doliente amparo,
consuelo
del triste,
luz
del desterrado!
¡Vida
de mi vida,
mi
dueño adorado,
mi
constante amigo,
mi
divino hermano!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
11
¡Véante
mis ojos
de ti
enamorados!
¡Bese
ya tus plantas!
¡Bese
ya tus manos!
Prosternado
en tierra
te
tiendo los brazos,
y aun
más que mis frases
te
dice mi llanto!
respuesta
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
12
¡Ven
Salvador Nuestro
por
quien suspiramos!
¡Ven a
nuestras almas!
¡Ven
no tardes tanto!
Oración al Niño Jesús
Este texto es originalmente traducido por la madre
María Ignacia.
Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijiste a
la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos, estas
palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad tan agobiada y doliente:
“Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos
de mi infancia y nada te será negado”.
Llenos de confianza en Vos, ¡Oh Jesús!, que sois la
misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una
vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concedednos por los
méritos infinitos de vuestra encarnación y de vuestra infancia, la gracia de la
cual necesitamos tanto. Nos entregamos a Vos, ¡oh Niño omnipotente! Seguros de
que no quedará frustrada nuestra esperanza y de que en virtud de vuestra divina
promesa, acogeréis y despachareis favorablemente nuestra súplica.
Amén.
Oraciones
Oración de Gloria al Padre
lector
Gloria
al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
respuesta
(todos)
Como
era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración del Ave María
lector
Dios
te salve María,
llena
eres de gracia,
el
Señor es contigo,
bendita
tú eres entre todas las mujeres,
y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
respuesta
(todos)
Santa
María, madre de Dios,
ruega
por nosotros los pecadores,
ahora
y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
Oración del Padre Nuestro
lector
Padre nuestro que estás en el Cielo,
santificado sea Tu nombre,
venga a nosotros Tu reino,
hágase Tu voluntad en la tierra como en el Cielo.
respuesta (todos)
Danos hoy nuestro pan de cada día,
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal,
Amén.
La novena de Aguinaldos en
audios abreviadas












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